La presión que ejerce actualmente el desarrollo humano sobre los recursos naturales de nuestro planeta no es un misterio para nadie. Basta tomar cualquier indicador ambiental, y observar cuan estresado se encuentra producto de la deforestación, cambio de uso de suelo, pérdida de la biodiversidad, sobreexplotación de los recursos hídricos, derretimiento de glaciares, emisiones de gases de efecto invernadero, etc.
Una manera simplificada de medir y representar lo anterior es a través del concepto de Huella Ecológica, que corresponde al impacto de las actividades humanas sobre la naturaleza, representada por la superficie necesaria para producir los recursos y absorber los impactos de dicha actividad[1]. Es así como vemos todos los años que la biocapacidad del planeta se sobrepasa con mayor antelación, siendo el 2 de agosto de 2017 el día en que terminamos de consumir los recursos que el planeta podía regenerar ese año (según estimaciones del Global Footprint Network[2].), y comenzamos a vivir a crédito de años venideros.
Es evidente que esta situación no es sostenible en el tiempo, y menos aún si consideramos que al año 2030, es decir, en solo 12 años más, la población mundial habrá crecido en 1.000 millones[3].
¿Cómo podremos satisfacer las necesidades de esta población creciente sin hipotecar el desarrollo de las generaciones futuras? ¿Cómo podremos además satisfacer el legítimo derecho de miles de millones de habitantes que aspiran a mejorar sus condiciones de vida?
Sin duda que es un desafío de proporciones, y como tal requiere de cambios muy profundos, especialmente en lo que respecta al paradigma productivo. El actual enfoque lineal de extraer, manufacturar, utilizar y desechar es el principal causante del derroche de nuestros recursos naturales, malgastando cantidades ingentes de agua, energía, suelo y materias primas, y generando además una cantidad inmensa de residuos que terminan en nuestros océanos, ríos, vertederos y rellenos sanitarios.
El nuevo paradigma de crecimiento que promueve la Economía Circular es justamente el cambio que se requiere, ya que intersecta los aspectos ambientales con los económicos (y tecnológicos). El objetivo de la Economía Circular es que el valor de los productos, materiales y recursos (agua, energía y otros) se mantenga en la economía durante el mayor tiempo posible, reduciendo al mínimo la generación de residuos[4].
Bajo el paradigma de la Economía Circular nada es visto como un desecho, los productos se diseñan bajo la mirada de “ciclo de vida” para extender su vida útil, con materiales que facilitan su reutilización, donde las cadenas de suministro son regenerativas, privilegiando el uso frente a la posesión, y en donde la reparación, reciclaje y revalorización son actividades fundamentales del ciclo productivo.
Este cambio requiere una transformación a nivel global. No solo desde el punto de vista empresarial, productivo y de los incentivos desde las políticas públicas, sino que sobre todo en el cambio de hábitos de consumo de cada uno de nosotros. Es primordial informarse a la hora de consumir, privilegiar la reutilización y evitar los productos desechables. Cuando está en juego el futuro del planeta, nuestra casa común, nadie puede quedar al margen de la ecuación.
En la siguiente columna abordaremos el contexto en Chile y el mundo para promover esta gran revolución.
Cristian Mosella
Gerente de Innovación y Cambio Climático de Colbún
[1] https://www.wwf.es/nuestro_trabajo_/informe_planeta_vivo/huella_ecologica/
[2] https://www.footprintnetwork.org/
[3] https://www.un.org/development/desa/es/news/population/world-population-prospects-2017.html
[4] http://economiacircular.org/wp/