Durante agosto el deporte de excelencia se tomó la agenda. Las Olimpiadas celebradas en Rio de Janeiro nos deslumbraron con la espectacularidad de una fiesta deportiva, protagonizada por Michael Phelps, Usain Bolt, Mohamed Farah y Simone Biles, entre otros. El rendimiento de cada uno de ellos, les valió una o más medallas de oro, coronándose como los mejores en cada una de sus disciplinas.
Junto con ellos, compitieron deportistas que, a pesar de no ser primeros y/o no alcanzar el podio, fueron parte de una competencia que exaltó una serie de principios que hacen del deporte, uno de los escenarios más propicios para pensar en la resilencia, la justicia, la lealtad, la superación y la excelencia.
Cuando Diro cae y pierde su zapato en la competencia de 3.000 metros planos con obstáculos, habiendo liderado la competencia, nadie pensó que terminaría la carrera descalza y llegando entre el primer tercio de corredoras. Tampoco se pensó que Adelinde Cornelissen dejara la competencia porque su caballo Parzival se enfermó y no estaba en condiciones de competir; ella diría que quedan más competencias por delante. Juan Martín del Potro volvió a las canchas después de dos años sin jugar, señalando que lo único que lo mantenía en pie era el compromiso con su país; así, venció a Djokovic y a Nadal.
El deporte inspira. Inspiran las historias de sus protagonistas y la fantasía de realizar hazañas como las que realizan ellos. Inspira la idea de alcanzar lo imposible, exigirse al máximo y ser primeros. En este sentido, el deporte posee la capacidad única de transformar estas ideas, en posibilidades reales. Y si no es el deporte, bien puede ser otro proyecto.
Al final del día, depende de nosotros, cómo decidamos vivir nuestros propósitos.