Durante el último tiempo hemos visto en nuestro país cómo distintas entidades de la organización civil han puesto en escrutinio público a un gran número de empresas, autoridades religiosas, políticos y organizaciones sociales. ¿Por qué son juzgados?, por actos que atentan contra la sociedad en tanto corrompen y destruyen la construcción de un país más íntegro, humano y solidario.
La semana pasada se prententó en el programa Contacto el caso de más de 50 concejales y administrativos que fueron descubiertos malversando fondos de distintas Municipalidades para realizar viajes turísticos, haciéndolos pasar como gastos de capacitación en administración municipal. A esto se suman los constantes casos de corrupción en empresas y distintos partidos políticos que escandalizan a la sociedad chilena, quienes piden justicia y normas más exigentes que impidan la reiteración de casos como estos.
Si bien, las entidades e individuos que aparecen en los medios de prensa y han causado más revuelo son aquellos que ostentan de una cierta autoridad pública, es importante preguntarse cómo nos afecta a nosotros, ciudadanos comunes y corrientes, los problemas de corrupción, transparencia y actos ilícitos que se ven día a día.
No podemos dejar de mirar la realidad y reconocer que, tanto organizaciones como individuos, estamos cada día más expuestos a ser fiscalizados y evaluados por la opinión pública, tal como afirmaron los miembros de la Organización Ciudadano Inteligente en relación a la acusación de Jaime Orpis: “de ésta nadie se salva”.
Pero el motor de rectitud no debe estar únicamente asociado a las posibles consecuencias públicas, sino también a la convicción de que todos somos sujetos de derechos y de deberes y, por lo tanto, debemos responder por nuestras acciones frente a ambos conceptos. En nuestro actuar cotidiano gozamos de una cierta cantidad de derechos que podemos reclamar, exigir y de los cuáles nos beneficiamos, pero sólo adquieren un real sentido si van en relación a los deberes que nos hacen responsables de que nuestros distintos roles en la sociedad se lleven a cabo desde la transparencia, la prolijidad y la honestidad.
De ésta manera, nuestro derecho a trabajar está íntimamente relacionado con nuestro deber de realizar nuestro quehacer cotidiano de la manera más íntegra posible. Es la misma sociedad que nos está invitando a subir nuestras propias exigencias y a comprender, desde lo cotidiano, que el valor de la transparencia e integridad deben ser elementos centrales en nuestras acciones tanto privadas como públicas.