Voy en la micro y escucho a dos personas hablando de las elecciones de este domingo. “¿Y para qué voy a ir a votar si solo veo a estos candidatos cada cuatro años? Menos ahora que es voluntario, total mi vida va a seguir igual con cualquiera que salga presidente”. Seguramente todos hemos escuchado alguna vez a alguien con un argumento similar.
Nos han enseñado que ser ciudadanos, se juega en la urna y listo. Parece normal que con casi 30 años de democracia, nuestra visión de cómo ejercerla, se acote a los elementos más tradicionales, porque está claro que, como país, somos “jóvenes” en estas lides. Mucho hemos crecido en estos años en ingresos per cápita, desarrollo de infraestructura y tratados de libre comercio, pero cuando nos comparamos con los países desarrollados en términos de ciudadanía política, nos falta bastante por avanzar. Por eso mismo hoy más que nunca hay que tomarle el peso y relevar los otros cientos, miles y millones (¿millones? Ok tal vez exageré un poco…) de lugares donde podemos participar, donde podemos ejercer el derecho a incidir en el país que queremos.
Partamos por lo evidente, las reuniones de los edificios o pasajes, las juntas de vecinos, comités de adulto mayor, clubes deportivos, radios comunitarias etc. Pero además, en los últimos años, se han desarrollado diversos mecanismos para fomentar la participación ciudadana e instalarla como un elemento cada vez más necesario en proyectos de inversión que dependen muchas veces de si se realizan o no. Sí, estoy hablando de Hidroaysén, de Bocamina, de Alto Maipo, como los casos más emblemáticos donde esta voz tiene una incidencia efectiva y evidente, pero también pienso en proyectos como el Tren Rancagua Express de EFE que, aprendió la importancia de recoger la visión de sus comunidades aledañas.
Aquí es donde el asunto se pone interesante, a mi juicio, porque para que este modelo sirva, los ciudadanos también tenemos deberes. Hay que informarse, hay que leer los proyectos, ir a la asamblea, a la reunión de apoderados, a la mesa de diálogo, a las reuniones abiertas para definir el PLADECO de mi comuna; revisar al sitio web, averiguar cuáles son los pros y los contras y armarse una opinión informada.
Avanzando un paso más allá, ¿cuántos de nosotros le pedimos una rendición de cuentas a los diputados o senadores que nos representan? ¿Revisamos si asisten a las sesiones de la sala, cómo votan en los proyectos de ley, en qué comisiones participan y qué propuestas presentan? Ahí están espacios de participación y ejercicio de la ciudadanía, que nos permiten justamente ir madurando como sociedad en cuanto al ámbito cívico.
Por último, la participación implica una disposición especial como ciudadanos; hay que aprender a ser tolerantes con las visiones que no compartimos y no confundir la vehemencia con la falta de respeto. De la mano con eso, también está dejar de mirarnos desde veredas opuestas, sobre todo en los contextos con múltiples actores, porque al final, todos nos necesitamos mutuamente para surgir.
La pelota está entonces en nuestro lado, en la medida en que nos hagamos cargo de los deberes que nos corresponden como ciudadanos y nos enfrentemos a estos procesos con una visión de colaboración e interdependencia y no tanto de antagonismo puro. Tal vez eso nos ayuda a salir de esta “adolescencia tardía” en la que estamos, y nos facilita asumir que cuando se trata de democracia, hace rato que somos un “adulto joven”.
Lorena Sepúlveda
Consultora – Gestión Social