La sostenibilidad ha cumplido un rol preponderante en la evolución que ha tenido el rol de la empresa en nuestra sociedad en los últimos años. La maximización de utilidades y el aporte al desarrollo económico a través de la generación de empleo y el pago de impuestos han dado lugar a un rol más activo del empresariado incorporando en propósitos y objetivos corporativos el valor compartido y el aporte al desarrollo socioeconómico. Uno de los principales motores que ha impulsado este cambio ha sido la integración de la sostenibilidad como uno de los aspectos centrales de la estrategia de negocios de las empresas. Sin embargo, aun queda un largo camino por avanzar y una larga lista de desafíos quedan por resolver.
Ya cada vez son menos los que dudan del aporte real y concreto de la sostenibilidad en la creación de valor compartido. Los atributos de la sostenibilidad como fuente de generación de valor de largo plazo parecieran haberse instalado en la actividad empresarial. Sin embargo, para dar un salto significativo que permita afianzar el real aporte de la sostenibilidad es necesario poder generar la evidencia que la respalde. En esta línea cada día toma mayor fuerza la corriente de formulación de proyectos o programas basada en evidencia por sobre aquellos basado en inputs o presupuesto. Es decir, la evidencia como factor de decisión está comenzando a importar, y bastante. En otras palabras, el popular dicho “ver para creer” pareciera que está sonando cada vez más fuerte en torno a la sostenibilidad Esta lógica se puede observar en un número creciente de áreas y ámbitos, sobretodo en la formulación de política pública y social, áreas en donde la correcta asignación de recursos escasos tiene un impacto multiplicador en la mejora de la calidad de vida.
Sin embargo, en el mundo corporativo, y en especial en los temas relacionados a sostenibilidad y responsabilidad social, la evidencia como factor para la toma decisiones ha tenido un espacio de desarrollo menor que en la esfera pública. Las principales herramientas utilizadas hoy en día para medir el efecto o impacto de los esfuerzos en materias de sostenibilidad de las empresas son rankings, índices, benchmarks e indicadores. Sin embargo, ellos no explotan el análisis cuantitativo como su principal herramienta, y siguen dependiendo de análisis cualitativos subjetivos, con problemas de mensurabilidad y relevancia. Asimismo, otras iniciativas cuyo fundamento es la medición cuantitativa, tales como las evaluaciones de impacto, la metodología del SROI o London Benchmarking Group, o evaluaciones socioeconómicas, han comenzado a aparecer tímidamente en el radar de las empresas pero sin lograr instalarse con fuerza por una serie de razones, principalmente por su alto valor y prolongados tiempos de implementación. Adicionalmente, estas técnicas cuantitativas están dirigidas a medir solo ciertos aspectos de las iniciativas de sostenibilidad. Por ejemplo existen una serie de indicadores para medir la performance ambiental de actividades empresariales, o suelen utilizarse variables unidimensionales macroeconómicas para retratar el estado de desarrollo social de un país (PIB per cápita), por lo que aun se está lejos de considerarlos como instrumentos holísticos o integrales de la performance de la sostenibilidad, es decir, que complete los impactos en sus diferentes dimensiones: económica, social, ambiental y gobernanza.
Por lo mismo, es necesario avanzar en el desarrollo de evaluaciones a partir de modelos, técnicas y herramientas cuantitativas, que permita tangibilizar y validar los resultados de los esfuerzos que las empresas están empujando en materia de sostenibilidad. Dicho avance debe ser empujado tanto por las empresas como por la academia o investigadores de manera conjunta. Este aparece entonces como uno de los principales desafíos de la sostenibilidad hoy en día para logra integrarse de manera definitiva en el corazón del negocio, y así avanzar en fortalecer el rol de la empresa en la sociedad.
Rodrigo Mujica – Director de Operaciones y Productividad Gestión Social