Ha sido un año difícil, ¡por decir lo menos! La pandemia global del COVID-19 ha afectado a todas las esferas de la sociedad en distintas formas y medidas, pero por sobre todo a quienes menos tienen. Ha evidenciado y sacado a la luz la gran la desigualdad de la que son víctimas miles de personas en nuestro querido país.
Siempre se ha dicho que Chile es un país solidario y estos últimos meses hemos visto cómo han proliferado en los lugares más vulnerables las ollas comunes, los comedores solidarios y la entrega de cajas de alimentos. Estos gestos son propios de la voluntad concreta de muchos por solidarizar con el prójimo y también constituyen una respuesta frente a la dificultad de parte de la institucionalidad a la hora de dar respuestas eficaces.
Ha quedado en evidencia la importancia de que las distintas estructuras y entes que componen la sociedad trabajen de manera conjunta para superar la contingencia actual de manera sostenible y solidaria. Un ejemplo son los numerosos aportes que han llegado desde empresas privadas que se han movilizado para ayudar a superar las dificultades médicas, económicas y sociales que han vivido (y siguen viviendo) muchas personas.
Otro punto todavía más interesante es la capacidad de adaptación, innovación y colaboración que se ha demostrado. Un ejemplo a destacar es el programa “Locales Conectados”, una iniciativa en la cual participan organizaciones públicas y privadas para gestionar y canalizar recursos públicos y privados, de manera que las familias beneficiarias de ayuda social elijan los productos e insumos que necesitan, conectándolos con sus comercios locales. También la iniciativa“Una COMÚNa”,proyecto independiente que busca coordinar donaciones con el trabajo con dirigentas sociales y así promover la compra de alimentos en comercios locales.
Estas y otras iniciativas que han surgido, además de usar la tecnología, cuentan con un enfoque común centrado en la articulación local entre actores privados y comunitarios para promover el desarrollo territorial. Ese foco tan propio de la sostenibilidad es un muy buen punto de partida para imaginar y construir el desarrollo de forma compartida, pensando en superar esta crisis. Este tipo de proyectos cierran el círculo. Los que actúan en beneficio, también son beneficiados, la solidaridad deja de ser unidireccional y asistencialista, generando sentido de comunidad.
Este puede ser un aprendizaje interesante para las empresas privadas y un giro en la forma en cómo realizan su aporte a las comunidades. Donaciones y aportes monetarios son necesarios, pero como todo lo material, se agota en el tiempo. Es importante poder replantearse entonces las formas de aportar a la reducción de las desigualdades con más y mejor “solidaridad”. La oportunidad es generar un valor que no se agote y que tenga un impacto que perdure en el largo plazo.
Por: Rosario Ureta