13 Abril 2022

Confianza

El Mercurio

No se puede tocar, escuchar ni oler, pero sí se puede sentir, porque cuando está, nos da certeza y seguridad; y cuando no, nos retrotrae y desestabiliza. Debe ser el intangible más preciado de toda relación, siendo la base de nuestro contrato social y los mercados; habilitando decisiones que requieren arrojo y determinación. Me refiero a la confianza

Difícil creer que, siendo tan importante, nos cueste tanto encontrarla. El estudio publicado por Ipsos sobre la Confianza Interpersonal en el Mundo da cuenta de que en promedio solo el 30% de los encuestados confía en la mayoría de las personas; en Chile, es el 20%. Los hombres confían más que las mujeres, al igual que las personas de mayor educación y las que se autodefinen como altos ejecutivos o líderes de empresa. Pero no es suficiente; menos cuando el Índice de Confianza Empresarial, publicado por el Centro de Estudios en Economía y Negocios de la UDD, sigue siendo levemente pesimista y el Índice de Confianza del Consumidor registró su resultado más bajo en los últimos ocho meses. La crisis de la confianza.

Así ha sido denominado este escenario, que no tiene nada de nuevo. La falta de confianza es un problema que nos aqueja hace mucho tiempo y no hemos sabido revertir; al contrario, pareciera que nos hemos ensañado en profundizar. El número de argumentos que la explican es abrumador y no se condice con el número de acciones para revertirla, excepto por dos elementos: la promoción de la participación y la transparencia. Ambas efectivamente tienen el poder de revertir desconfianzas, porque promueven un mayor involucramiento de las personas y su corresponsabilidad en la toma de decisiones, sin embargo, no son una solución por sí misma. ¿Qué confianza genera participar de un espacio en el que no se toman decisiones, pero se transparentan todas las diferencias? ¿Qué confianza surge si, en honor a la transparencia, se comunican contradicciones e información errónea? Reconstruir confianzas requiere consistencia y responsabilidad.

Consistencia argumentativa y conductual, sobre todo, en quienes ejercen posiciones de liderazgo y tienen la posibilidad de influir en otros. Responsabilidad en las decisiones que se toman y los mensajes que se entregan, entendiendo que pueden condicionar las acciones de otros. Menos señales y más determinación, porque la confianza surge por repetición, por costumbre, porque otorga certezas que disipan los riesgos asociados a lo desconocido. Más profesionalismo y menos improvisación; más generosidad y menos condiciones. Solo así, puede que le volvamos a dar una oportunidad y recompongamos vínculos fundamentales para el país.

 

Columna de Elisa Giesen en El Mercurio