Todos los años, el 17 de octubre se conmemora internacionalmente la lucha por la erradicación de la pobreza. Una vez más, desde la situación privilegiada de nuestros hogares y con teletrabajo, nos permitimos reflexionar sobre el escándalo moral y humano de la pobreza, y todas las privaciones interconectadas que impiden a millones de personas vivir una vida digna y hacer valer sus derechos: falta de alimentos nutritivos, empleos y salarios indignos, condiciones de trabajo inseguras y peligrosas, viviendas que no se pueden llamar así, falta de poder político, acceso limitado o inexistente a la atención médica primaria, entre muchos otros servicios básicos a los cuales no todos están acostumbrados.
Casualmente ayer leía los comentarios de Sergio Baeriswyl, presidente del Consejo Nacional de Desarrollo Urbano (CNDU), mientras se refería al proyecto de regeneración urbana “Corazones de Barrio”. Según sus comentarios, en Santiago, el 91% de la población no cuenta con la totalidad de servicios básicos. Por ejemplo, no tiene acceso a una farmacia, a un cajero automático, a áreas verdes, colegios, transportes, entre otros.
La Asociación Chilena de Farmacias Populares puso en evidencia que, en Chile, el 17% de las comunas no cuenta con ninguna farmacia. ¿Te puedes imaginar vivir en una comuna donde no hay farmacias? Si tienes como trasladarte quizás no sea tan complicado comprar en la primera farmacia disponible. Siempre que en ésta encuentres lo que buscas y puedas pagarlo. En Chile, el 49,2% de los y las trabajadoras recibe un ingreso mensual menor o igual a los 400.000 pesos; el 70% mejor o igual al ingreso medio nacional, 573.964 pesos (ESI, 2018). Que al día siguiente de esta conmemoración internacional haya empezado el estallido del 18-O es casi emblemático.
Además, el centralismo limita aún más el acceso a los servicios básicos y obliga a seguir los flujos del capital. Donde sea rentable establecerlos, encontrarás todos los servicios que buscas. Sin embargo, si tu comuna es “pobre”, el acceso a ellos será deficiente y la erradicación de la pobreza seguirá inalcanzable. Y así el proceso de abandono de los campos y la urbanización se acelera, la concentración de tierra y los monocultivos aumentan, la sostenibilidad de los suelos disminuye, el ciclo del agua se rompe, se reducen las lluvias y aumenta la desertificación, se profundiza la pobreza. Un círculo vicioso donde la constante es la desigualdad, que la pandemia del COVID-19 ha hecho mucho más evidente y ha amplificado de manera dramática en ciertas regiones.
Este año, el “Overshoot Day” para Chile llegó el 18 de mayo, lo que significa que hace rato que estamos agotando los recursos del próximo año. Ese día la deuda ecológica llegó, pasó y pocos nos preocupamos. Pero hablar de economía dentro de límites finitos (movimiento por el decrecimiento, buen vivir, bien común, Doughnut Economy o economía rosquilla, entre otros) ya no da tanto miedo. Los partidos políticos, sin embargo, aún no están preparados. Ningún candidato te dirá “¡Vótame! te aseguro que vamos a producir y consumir lo justo y necesario de forma sostenible, dentro de los límites que la naturaleza nos impone, para reducir nuestro impacto negativo en el único planeta que tenemos y garantizar un futuro para nuestra civilización”.
La economía regenerativa promueve la interacción entre los actores y la interconexión con la naturaleza, ya que la creación de valor y de impacto colectivo no puede lograrse sin restablecer una conexión vital con los ecosistemas que nuestro modelo, basado en un crecimiento sin límites, ha claramente debilitado.
¿Y las empresas? ¿Están preparadas para otra economía? ¿Qué rol pueden jugar las empresas privadas o cooperativas frente a este desafío de reencontrarnos dentro de límites bien claros? De alguna forma, a través de los ODS, las Naciones Unidas llamaron al sector privado a sumarse activamente a la construcción de la sostenibilidad en todos sus aspectos. Pero finalmente cómo hacerlo define el resultado.
A mi juicio, la clave está en la regeneración de la biodiversidad y de los suelos; es la base, de ahí viene todo, empezando por el agua y los alimentos. El documental Kiss The Ground (2020) llegó a mostrarlo de forma muy clara y didáctica. En este ámbito, todo tipo de empresa (desde una minera hasta una cooperativa agrícola) puede promover la regeneración de la biodiversidad como parte de su negocio o como pilar de su estrategia de sostenibilidad. Pero la regeneración no guarda relación solo con los aspectos ambientales de las zonas rurales agrícolas o ganaderas, sino también con los vínculos económicos y sociales que podamos construir en las áreas urbanas, para que las relaciones humanas no dependan casi exclusivamente de los flujos de capitales. La regeneración urbana y de barrio debería tener como objetivo reducir las desigualdades de acceso a lo básico en todas las comunas del país, manteniendo una relación sostenible con el entorno.
En Chile, el 49,2% de los y las trabajadoras recibe un ingreso mensual menor o igual a los 400.000 pesos; el 70% mejor o igual al ingreso medio nacional, 573.964 pesos.
La economía regenerativa promueve la interacción entre los actores y la interconexión con la naturaleza, ya que la creación de valor y de impacto colectivo no puede lograrse sin restablecer una conexión vital con los ecosistemas que nuestro modelo, basado en un crecimiento sin límites, ha claramente debilitado. Explotar los recursos naturales, sin devolver a la tierra, es decir sin regenerar, es cada vez menos aceptable.
Regeneración de los ecosistemas, resiliencia y convivir en armonía son el camino. ¿Estamos listos para aceptar límites, erradicando las desigualdades y la manera tan equivocada de relacionarnos con el otro y el entorno que predomina el actual modelo?
Columna por Marco Coscione