Han pasado casi 10 años desde la primera vez que me tocó analizar una empresa desde el prisma de un analista de inversiones para gestionar variables ambientales, sociales y de gobernanza (ESG). En esos tiempos era una sorpresa que la definición estratégica y desempeño de una organización fueran evaluadas desde un punto de vista más amplio que el económico, ya que la “responsabilidad social empresarial” era vista como iniciativas de filantropía o acciones aisladas para mitigar los impactos ambientales. Asimismo, las temáticas de ética y gobernanza eran vista desde las áreas de compliance de manera incipiente y más que nada con foco en el cumplimiento regulatorio.
Una década después y el mundo ha cambiado. No solo desde las exigencias que la ciudadanía y los propios consumidores hacen a las empresas, sino que también desde las inversiones. Las compañías han ido adaptándose para incorporar políticas e iniciativas que permitan responder de manera eficiente y satisfactoria a los desafíos de la sostenibilidad en todas sus dimensiones, particularmente al llamado de los analistas de inversión. Sin embargo, dichas declaraciones y planes, no siempre se respaldan con números que den cuenta de reales avances. Este aspecto debe ser resuelto con mayor celeridad, alineamiento interno y compromiso real desde la plana ejecutiva, viabilizando presupuestos e integrando mediciones asociadas. Con el fin de generar resultados económicos, las empresas necesariamente tienen que apuntar a una real capacidad transformadora en el largo plazo, de fondo y no solo de forma.
El objetivo de las inversiones ESG es generar valor económico mientras la empresa reduce sus impactos negativos y potencia los positivos. No obstante, lo habitual en la gestión empresarial es el corto plazo. Los resultados se miden cada trimestre y los bonos están asociados a los resultados inmediatos. Sin ajustar la variable tiempo en la obtención de resultados, difícilmente se lograrán cambios reales en la sociedad y el medio ambiente.
Al mirar las cifras de empresas signatarias de los Principios de Inversión Responsables (PRI), vemos un crecimiento del 193% desde el 2015, llegando a las 3.349 empresas a la fecha. ¿Es suficiente para considerar que habrá un mejor desempeño de las empresas en estas materias?, ¿serán capaces los estándares de movilizar hacia un nuevo modelo empresarial?
Sin querer ser pesimista, creo que las empresas han ido mostrando una gran capacidad adaptativa y claros avances en la profesionalización de aspectos ESG, pero sin el calado necesario para cambiar la agenda core de los directorios. Algunos facilitadores para este proceso son (1) la incorporación de la sostenibilidad en la gestión cotidiana del negocio y en las funciones de todas las áreas de manera transversal, (2) el seguimiento de indicadores a través de herramientas digitales con el fin de disponer de información con mayor frecuencia y en algunos casos en tiempo real, (3) reportes de sostenibilidad más técnicos y precisos, mostrando trazabilidad en la data y (4) lecturas frecuentes del entorno incorporando las percepciones de los grupos de interés (5) análisis contextual de los cambios legislativos más que un mero ajuste de procedimientos y prácticas.
Estoy convencido de que una gestión adecuada de los aspectos ambientales, sociales y de gobierno permite maximizar el valor de largo plazo de las compañías, así como atraer a inversionistas de calidad, preocupados por su patrimonio como también por la sostenibilidad del planeta y su gente. Pero la mirada del “estándar por el estándar” no ayuda a movilizar cambios. Todo comienza al interior de las empresas, desde un propósito contributivo, un relato convocante, con liderazgos consistentes que logran alinear a la organización, con mecanismos de control y medición. Sin dejar de lado la sostenibilidad económica de las corporaciones.
Columna por Matías Canelo