Los resultados de las elecciones a consejeros constituyentes que se llevaron a cabo el pasado 7 de mayo generaron distintas reacciones en la clase política y en la ciudadanía. Mientras que la primera insiste en buscar la mejor explicación a la conducta electoral expresada, la segunda se hace cargo de su vida diaria y los desafíos que representa. Entre las preocupaciones por cuidar la salud, mantener el trabajo, administrar las variaciones de precios y evitar situaciones de riesgo, las elecciones y los motivos que la convocaron pasaron al olvido y, probablemente, no serán de interés sino hasta el sábado que anteceda al próximo domingo de votaciones.
No es raro que así sea; en estricto rigor, es lo que corresponde, considerando que mediante la elección hemos transferido responsabilidades a un grupo particular de personas; hemos elegido a los que consideramos más adecuados para la labor encomendada. ¿Lo hemos hecho bien? Sí, porque hemos respetado las reglas establecidas para este proceso. ¿Lo hemos hecho con criterio y debidamente informados? Es una pregunta que cada uno contestará de manera distinta, dado que contiene un juicio vinculado al resultado de las elecciones; por ende, no tiene una sola respuesta y menos, una correcta.
Son tantas las elecciones que hemos tenido en el último tiempo que es difícil que, a estas alturas, no hayamos ganado y perdido alguna de estas. Y aunque en el momento esto nos puede haber dado mucha alegría o molestado profundamente, hemos entendido que la vida continúa y que las discusiones políticas en torno a la posible nueva Constitución no resuelven nuestras preocupaciones del día a día.
Todos los lunes nos hemos vuelto a levantar para cumplir con nuestros deberes, porque hay un impulso social que trasciende la vanidad y grandilocuencia de la dimensión política. Se trata de un mecanismo altamente interdependiente en el que entendemos que jugamos un rol y que, por ende, nuestra ausencia puede devenir en un problema. En este sentido, también tiene un componente de solidaridad, dado que nuestra presencia permite distribuir mejor las responsabilidades y agregar valor a las labores ejecutadas. Es un mecanismo que, si bien no siempre consideramos justo, sí nos permite elegir y desenvolvernos con libertad, otorgándonos una posición particular en su engranaje.
Es, a mi juicio, el mayor vencedor de los procesos eleccionarios de los que hemos participado recientemente, siendo el mayor fijador de contexto de nuestras preferencias políticas; me refiero al mercado y al sistema económico. Su centralidad es tal que nunca hemos permitido que deje de funcionar.
Columna de Elisa Giesen publicada en El Mercurio.