La pandemia del COVID-19 se ha tomado la agenda durante todo el 2020… y con razón, considerando que hace bastante tiempo no se presentaba un fenómeno de consecuencias visibles y tan evidentes a nivel mundial. Desde lo anterior, es interesante extraer aprendizajes respecto a los desafíos que ha presentado la pandemia para abordar otros fenómenos, menos visibles tal vez, pero de consecuencias igual de importantes y globales: la situación del agua, su creciente escasez para las personas y demanda en alza, son un ejemplo de lo anterior.
Menciono enfermedad no porque el agua presente un virus que impida su consumo. Más bien porque es un recurso imprescindible para nuestra existencia y desarrollo y, a pesar de su relevancia, aún no encontramos las fórmulas adecuadas para tomar el desafío en su real proporción. Una enfermedad aún sin remedio.
Primero, veamos los antecedentes. ¿Cuál es la situación del recurso hídrico en el mundo y en Chile? A nivel global más de 2.000 millones de personas en el mundo no tienen acceso a servicios de agua potable; casi el doble no cuenta con servicios de saneamiento seguro; las brechas de acceso se acrecientan en un contexto donde la demanda por agua aumenta. Junto con ello, la crisis climática y la carga productiva sobre suelos y recursos naturales generan impactos negativos en la disponibilidad de fuentes de agua dulce.
En este contexto, el Banco Mundial es categórico al señalar que el crecimiento económico global depende del agua, estimando que algunas regiones del plantea pudieran ver reducido su crecimiento hasta en un 6% del PIB al 2050 si es que no se mejora la gestión del recurso hídrico.
¿Y en Chile? Hemos presenciado un año aparentemente más lluvioso; sin embargo, la cantidad de agua caída no fue suficiente para enfrentar el déficit que hemos experimentado en los últimos 15 años. Se siguen decretando zonas de emergencia hídrica desde el Ministerio de Obras Públicas y, si seguimos en esta senda, al 2040 encabezaremos el ranking latinoamericano en estrés hídrico.
En ambos escenarios, se hace evidente la brecha. No es sólo la disponibilidad de agua, es su gestión.
Pero el escenario también ofrece luces: es posible identificar interesantes iniciativas para un uso eficiente del recurso hídrico. Desde riegos tecnificados o por goteo y cosechas de agua en el agro, hasta desalinizadoras en la minería; a la fecha son diversas las soluciones tecnológicas que permiten un uso más eficiente del agua. No obstante, las soluciones de gestión aisladas carecen de efectos transformadores al no ser integradas en una mirada ecosistémica. En otras palabras, si en mi casa uso medidas de uso eficiente y mi vecino no implementa acciones similares, el efecto de este esfuerzo será de poca relevancia.
Desde una perspectiva territorial la situación es la misma. En este caso, ¿quién trae la vacuna? A nuestro juicio son las empresas las llamadas a convocar y articular una visión territorial (de ecosistema) que permita abordar el desafío con corresponsabilidad. Un actuar sostenible considera proyectar el largo plazo del negocio -y el entorno- adecuándose a los desafíos que se presentan, y en esto el cuidado del recurso hídrico es clave.
¿Y qué tiene que ver lo anterior con la pandemia? El Covid-19 nos llevó a quedarnos en casa, nos alejó de familiares y amigos; y si bien la tecnología ha facilitado que la vida siga su curso para muchos, la necesidad del otro y la evidencia de la interdependencia se han hecho más evidentes. Las ollas comunes como expresión de colaboración en nuestro país volvieron a mostrar la otra cara de la moneda, de cómo ante problemas de alto impacto son la articulación y trabajo en colaboración los remedios infalibles.
Conmemorado el primer sábado de octubre el Día Interamericano del Agua, es relevante hacer visible esta necesidad. Porque respecto al agua, el único remedio está en la colaboración, convocar a distintos actores territoriales a la hora de abordar un problema común.
Y para esto el tiempo es ahora, no cuando termine esta pandemia, lo que esperamos sea más temprano que tarde.
Por: Diego Aravena