Han pasado 7 meses del año. Siete meses sacudidos por un conjunto de noticias importantes, como el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC, la apertura de Cuba y la primera candidatura de una mujer a la presidencia de EEUU. Todas noticias que deberían alegrarnos, porque suponen mayor seguridad y bienestar para la región.
Sin embargo, también hemos sido testigos de malas noticias; un recuento rápido permite estimar que durante el 2016 se han perpetrado 19 atentados terroristas en todo el mundo, causando la muerte injustificada de más de 850 personas. Si bien la mayoría se produjo en países de medio oriente, tendemos a tener más presente, los que sucedieron en Europa y Estados Unidos.
La vulnerabilidad del mundo occidental ha sacudido sus cimientos, cuestionando principios como el pluralismo, la tolerancia y la seguridad. El temor a transformarse en víctimas, ha despertado un intenso sentimiento de autoprotección en la población que hoy día no teme transparentar su rechazo a quienes profesan religiones distintas y/o provienen de regiones en disputa con occidente.
El miedo y el temor han sido rápidamente capitalizados por políticos que, ante ambiciones eleccionarias, han esgrimido discursos cargados de mensajes odiosos y hostigantes. Omitiendo buena parte de la complejidad del terrorismo actual, han acaparado la preferencia de un número importante de personas; Donald Trump lidera las encuestas en EEUU y en Austria, se repetirán las elecciones presidenciales, dado el empate técnico que provocó la adhesión al Partido Nacionalista.
La importancia que han adquirido promesas como la construcción de muros y la deportación de migrantes, es alarmante. Asociar estas medidas a mayor seguridad resulta inverosímil en un mundo globalizado y dominado por el uso de tecnologías. Sospechar de quienes lucen distinto a los estereotipos occidentales es igualmente reduccionista, entendiendo que buena parte de los atentados has sido protagonizados por ciudadanos europeos.
Lo que parece viable hoy día, difícilmente lo será en el largo plazo. Así, también lo ha entendido Alemania que ha decidido no alterar su política migratoria después de los últimos atentados; al contrario, las puertas se mantendrán abiertas, dada la necesidad de relevar la confianza ante el aumento del temor.