A fines del 2017 pudimos ver cómo la Diputada Camila Vallejos, proponía un proyecto de ley para reducir la jornada laboral de 45 a 40 horas semanales y paradójicamente el presidente electo Sebastián Piñera proponía aumentar de 15 a 20 días las vacaciones legales para los trabajadores, proyecto que fue recientemente discutido en la comisión de la cámara de Diputados. Estos fenómenos, para mi gusto no aislados, hacen eco de la aprobación Norma Chilena 3262 de Igualdad de Género y conciliación de la vida laboral, familiar y personal promulgada el 2012.
Todas estas propuestas son a mi juicio un avance para enfrentar una de las enfermedades más latentes de nuestra sociedad, que no es precisamente nuestra afición al trabajo sino que, la falta de tiempo familiar o personal con el que contamos todos. La falta de tiempo para compartir, para ir a pasear, o para cualquier realizar cualquier actividad fuera del espacio laboral, es un problema grave. Pero cada vez que alguien propone reducir las jornadas laborales o aumentar un feriado, aparece una especie de “Paladines de la productividad” que acusan la potencial crisis que podría generar la medida.
En mi experiencia personal reciente (hace 2 años que soy papá), me he visto enfrentado a la realidad de tener que ver a mi hijo 2 horas diarias donde, entre comidas, baños y demás, el tiempo efectivo de juego se reduce a 30 minutos. Yo tengo la fortuna de trabajar a poco más de 30 minutos de mi trabajo, pero la gran mayoría de los habitantes del Gran Santiago se trasladan por más de 1 hora a sus lugares de trabajo. Entonces me pregunto, ¿Es suficiente este tiempo para la familia?, mi respuesta es tajante, no.
Por otro lado, cuando miramos a los países europeos desarrollados, vemos como ellos cuentan con jornadas de trabajo más cortas y con más tiempo para la familia o la distención personal, ¿son menos productivos? No. La máxima que existe hoy en nuestro país de “el chileno es sacador de vuelta”, y aparece el dilema del huevo o la gallina. Es acaso que sacamos la vuelta por idiosincrasia o bien porque pasamos mucho tiempo en el trabajo y nos vemos forzados a distraernos en nuestra jornada con cosas que deberíamos hacer en el hogar.
Es por esto, que cuando evaluamos medidas como la jornada laboral a nivel legal, o bien, la cantidad de días de vacaciones, el argumento no puede ser únicamente económico. Los argumentos que se mueven en ese difuso mundo de los intangibles pesan, y mucho. Las personas esperamos vivir en equilibrio, donde podamos conciliar nuestra vida familiar, personal y laboral.
Entendiendo que la legislación es más lenta que las empresas u otras instituciones privadas, mi invitación es que las organizaciones tomen este desafío, de no tan sólo decir que se preocupan por sus colaboradores en su espacio de trabajo, sino que tomen acciones en torno a la calidad de vida fuera del espacio laboral. Si el trabajador es más o menos productivo durante su jornada de trabajo, es algo que se tiene que evaluar y medir una vez aplicada la medida. Pero si de algo estoy seguro, es que tomar acciones en este ámbito, favorece a las personas y su felicidad. Esa misma felicidad de la cual nos gusta hablar o escuchar en la publicidad es la que tenemos que buscarla realmente dentro de las organizaciones. Quién sabe, quizás esta política incluso aumente la productividad de las empresas.
Juan Pablo Fadic
Analista Gestión Social