por María Auxiliadora Rodríguez, analista de Gestión Social
En los últimos años, hemos visto que las empresas han ido adoptando un creciente interés por la incorporación del voluntariado corporativo como parte de su estrategia de sostenibilidad. Frente a esta tendencia, me surge la pregunta sobre su efectividad y beneficios como aporte al relacionamiento comunitario.
Instintivamente diría que sí. Desde los años del colegio he participado en actividades de voluntariado: jornadas de pintura comunitarias, acompañamiento a adultos mayores, apoyo construcción de vivienda, entre otras. Se podría decir que muchas de estas acciones fueron de bajo impacto y cortoplacistas; sin embargo, creo que el mismo acto de participar y dedicar tiempo personal a los demás es una oportunidad de aprendizaje y de generar nuevas relaciones y lazos ciudadanos. En muchas de las actividades en las cuales participé, las personas a quienes llegamos decían que finalmente se sentían escuchados. Es decir, el valor de la acción y la nueva relación valía más que el aporte material. Dedicar tiempo, espacios para dialogar y empatizar con otras personas en sus realidades se convertía en el verdadero valor del aporte voluntario.
Pero ¿cómo hacen propia esta lectura las empresas al momento de poner en marcha sus programas de voluntariado corporativo? A mi juicio, aún seguimos en un nivel de asistencialismo más que de empatía real. Las empresas acuden en ayuda de las comunidades frente a brechas socioeconómicas, estructurales o desastres naturales, porque las demandas comunitarias sobrepasan la capacidad de respuesta institucional. Solo por mencionar algunas cifras de nuestro país, el 8,6% de la población vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema (Casen, 2017). Sin embargo, existe una gran oportunidad para el sector privado, de ir más allá y potenciar de manera proactiva el desarrollo social, cultural y económico, de los territorios donde se emplazan, a través del voluntariado. En este sentido, mantener una mirada colaborativa, de alianzas estratégicas territoriales puede agregarle valor también a las acciones de voluntariado.
Los planes de voluntariado corporativo deberían estar alineados a las estrategias de negocio para generar ventajas para sus trabajadores y su entorno.
¿Es más importante llevar a cabo acciones de voluntariado puntuales con marca propia o articular redes de voluntariado territoriales diversas que permitan el intercambio de experiencias y visiones entre los colaboradores de diferentes empresas? Puede sonar un poco loco o atrevido pero considero que el segundo enfoque tendría un mayor impacto.
Así como en la Estrategia de Porter (2006) o los Modelos de Ulrich (2017) se considera el contexto como un elemento clave, los planes de voluntariado corporativo deberían estar alineados a las estrategias de negocio para generar ventajas para sus trabajadores y su entorno; y al mismo tiempo considerar el enfoque de impacto colectivo a través de las articulaciones de objetivos y recursos.
Desde mi experiencia como voluntaria del Cuerpo de Bomberos, puedo asegurar que la solidaridad del otro, de las comunidades, es clave al momento de actuar en un territorio en caso de emergencia u otro. En este contexto de pandemia, acuartelados manteniendo nuestras responsabilidades laborales o académicas, nos dimos cuenta, por un lado, de la importancia de poder escuchar a nuestros vecinos y a las comunidades atendidas; por el otro, de la necesaria convergencia de distintas acciones de voluntariado con un mismo fin. Es un esfuerzo necesario para garantizar un servicio vital para la sociedad. Todo tipo de voluntariado, al final, demanda esfuerzo, energía y tiempo, pero constituye un aporte al desarrollo local y al aprendizaje personal.
La pandemia nos enseñó que solo a través de la colaboración, la empatía y la solidaridad podemos salir adelante. Por eso la participación ciudadana y el rol que cada uno pueda cumplir desde el voluntariado, pueden hacer la diferencia en el país que proyectamos para el futuro.-